Hay algo de magia en los carnavales de Oruro y Potosí. El ‘mal’ pierde, el ‘bien’ gana. Ese es el encanto que mueve la devoción de alrededor de 1.000 residentes orureños y del norte de Potosí que viven en el barrio Minero de Santa Cruz y que festejan las carnestolendas a la vieja usanza, como hombres y mujeres de los Andes, como mineros.
Los hombres de casco, botas y serpentina; las mujeres de pollera roja, blusa y ramitas de alfalfa en la mano. Cerveza y banda y el recuerdo de la victoria de San Bartolomé sobre el demonio que vivía en Cantumarca. En otros casos, para los mineros orureños, la imagen de la Señora de la Candelaria, la Virgen del Socavón, sometiendo al mismo diablo. Eso es lo que vive en la cabeza de Toribio ‘Toro’ Dávalos (55) y Olga Vidaurre (52) cada vez que se entregan como pareja a la entrada carnavalera de domingo.
Las tradiciones de este colectivo de residentes orureños y potosinos se reavivan en el barrio de la ciudadela Andrés Ibañez, durante los tres días de Carnaval. Allí llegaron, junto a Lina Chambi, Efraín Espinoza y otros, luego de que el DS 21060 de 1985 expulsó a sus familias de las minas. Trajeron a cuestas sus tradiciones.
Cada año, la entrada del barrio Minero, que ya tiene 25 años, cobra más notoriedad en medio del multicolor de las fiestas de febrero. Hay un componente simbólico y religioso que diferencia sus festejos de los que hay en el oriente de Bolivia. Pero al final, después de las ceremonias, este Carnaval cierra el día como cualquier otro: con cerveza, como buenos paganos.
“Estamos ‘chochos’ de mostrar nuestra cultura, eso dice quiénes somos”, dice ‘Toro’, un mecánico del norte de Potosí. Tiene una voz potente y ronca que usa para gritar en el Plan 3.000 el nombre de la comparsa Flor Naciente, que tiene una entrada folclórica el domingo de Carnaval.
Joaquín Banegas, presidente de la Asociación de Comparsas Carnavaleras Cruceñas (ACCC), habla de lo importante que sería que la fiesta cruceña reciba el aporte de las tradiciones del barrio Minero, por dos razones: es una forma de revalorizar la identidad de los migrantes y porque, en el fondo, la alegría que se vive en la fiesta es la misma, sin importar de dónde venga el carnavalero.
La postura de Banegas, de discurso integrador, refleja un cambio de actitud respecto a las anteriores directivas de la ACCC, cuando se evitó de palabra y obra el contacto entre las tradiciones cruceñas y las de los residentes de la zona andina. Queda el desafío de la integración de festejos en los hechos.
Milan Camacho, residente orureño, no vive en ese barrio, pero sí ve mayor integración. Dice que muchos orureños prefieren volver a su tierra, a gozar del orgullo de su fiesta que es patrimonio de la humanidad.
Emerge una subcultura diferente
Carlos Soria / Sociólogo
El desarrollo de manifestaciones culturales del barrio Minero expresa la diversidad creciente de Santa Cruz. Una ciudad moderna y que crece, tiende a ver florecer diversas culturas, sobre todo de migrantes.
Pueden haber dos fenómenos en proceso: que la cultura carnavalera general, la de la ‘fiesta grande’ de los cruceños, absorba a las subculturas y algunas de sus costumbres; o que ambas se integren influyéndose mutuamente. No es descabellada la idea de ver en unos años en Santa Cruz a una comparsa de ‘diablos’ con su reina adelante.
Esto no debe tomarse como exabrupto. Es un proceso normal.Otro tema es la relación entre el carnaval del centro y el de las ciudadelas. No se trata de decir: “Yo soy una institución cruceña (ACCC) y debo abarcar el total de las expresiones”. La ciudad crece y puede que veamos otras asociaciones del Plan 3.000 o de la Villa.
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