Con una máscara grotesca, a manera de saltimbanqui, un “correo” del Carnaval llega a la plaza central de Santa Cruz de la Sierra. Desenrolla un papel envuelto como pergamino antiguo y grita con una voz hueca y campanuda...
Ninguna vieja trompeta / podrá impedir a sus hijas, / ya sean mancas, ya sean tuertas, / que en Carnaval se diviertan.
Así decía el artículo primero del bando de carnestolendas de 1869, según reseña el libro 400 Años de Carnaval Cruceño, de Nino Gandarilla Guardia. El documento, además, está refrendado por el “ministro Juan Anacleto Borracho”.
“Desde siempre, nuestro Carnaval es la fiesta grande de los cruceños”, comenta muy animado Joaquín Banegas, presidente de la Asociación Cruceña de Comparsas Carnavaleras (ACCC).
En esas fiestas de la ciudad de los anillos, la ciudad vibra al compás de la tamborita y la banda. Los instrumentos musicales clásicos se mezclan con comparseros alegres que cierran las calles al tráfico y empiezan la celebración sobre las aceras.
Pasado. Desde los tiempos anteriores a la llegada de los españoles, reseñan los autores cruceños, el regocijo se organizaba en las avenidas de tierra y polvo. La arena era una invitada indiscreta que se mezclaba con los polvos blancos y de colores que se lanzaban los carnavaleros.
Las carrozas tiradas por bueyes trasladaban a los comparseros que, durante las fiestas, también visitaban a sus parientes para compartir con ellos. Otros iban en caballos y galopaban por las calles que tenían a sus costados casas con techos altos de tejas y pilares de madera.
Antes, igual que ahora, el Concejo Municipal dictaba ordenanzas para el desarrollo de la fiesta. Por ejemplo, en 1880 estaba prohibido que los comparseros usaran máscaras que ofendiesen las buenas costumbres o se hagan la burla de instituciones o personas en particular.
Mientras los jefes de las comparsas iban sin máscaras, los demás bailantes estaban prohibidos de revelar su identidad y se respetaba su secreto para ir de incógnito. Sin embargo, éstos debían estar registrados y llevar una patente en el bolsillo izquierdo del pecho. Había una multa para quien infringiese la norma, aunque el “culpable” no era arrestado.
Hasta antes de 1937, la fiesta estaba ligada al rey Momo. Por ejemplo, en 1926 este personaje fue declarado “Presidente Nato Universal de la Alegría” y se le confirió el título de aviador ad honorem “para que en unión de toda su tribu pueda aterrizar sin ningún peligro en el aeródromo del Palace Theatre...”.
Ese año, el Carnaval tuvo una reina, Soledad Arrien (ver más información en el recuadro de la primera página); entonces el rey Momo fue desplazado.
ACTUALIDAD. Joaquín Banegas recuerda que cuando él era niño iba junto a su papá a carnavalear. “En las comparsas sólo saltaban varones. Las mujeres eran las anfitrionas y aguardaban a los varones en sus casas de espera o eran elegidas reinas”.
En estos tiempos, las mujeres también son parte de las comparsas y saltan junto a los varones. Además, las fiestas con máscaras fueron perdiendo terreno y el rey Momo no es el único soberano. Es más, hay una persona que tiene este título, pero por lo general pasa inadvertida.
Si bien gran parte de los cruceños viven el Carnaval, en la ACCC están inscritas unas 400 comparsas y hay más de 16.000 afiliados que dan rienda suelta a la fiesta el Sábado y Domingo de Carnaval.
Pero la fiesta no es exclusiva de los días marcados en el calendario. Hay cuatro entradas previas al Carnaval (denominadas precarnavaleras) en las que la reina sale junto con las comparsas coronadoras y va saludando al público que se acerca a las calles centrales de la urbe.
Está normado que los tres días “oficiales” de fiesta son de mojazón. Norah Vaca Chávez, hija de la primera reina, cuenta que durante estas jornadas aún se conserva la tradicional fiesta de calle.
Eso sí, los polvos de colores y las serpentinas fueron reemplazados con pinturas y cada comparsa tiene su propia reina (antes sólo eran princesas) que va contagiando su alegría a los asistentes a la celebración grande de los cruceños. A fin de cuentas, como decía aquel saltimbanqui en 1869, en Santa Cruz nadie va a impedir que la gente se divierta.
La primera elección de la soberana fue en 1937
Corría el año 1937 cuando Raúl Otero Reiche propuso que el Carnaval de Santa Cruz tenga una reina. Una soberana que debía ser elegida por los habitantes de la naciente ciudad.
Por entonces, el poeta y escritor era director del diario La Unión —según el libro 400 años de Carnaval Cruceño, de Nino Gandarillas— y decidió sacar junto a las ediciones del matutino un cupón para que los lectores elijan a la joven más linda de un quinteto previamente seleccionado.
La más novel de ellas tenía 17 años, unos grandes ojos oscuros y el cabello apenas le rozaba los hombros. Era Soledad Arrien, quien después de una multitudinaria votación resultó elegida para ocupar aquel novedoso sitial.
Su hija Norah cuenta que por aquellos años, la fiesta era diferente. No había una carroza decorada con artificios ni adornos extravagantes. Soledad salió a la fiesta grande en un carretón tirado por caballos y, para darle realce, sobre la reina se dispuso de luces (a pilas) que se encendían ante la algarabía del público.
La última vez que se eligió democráticamente a una reina fue en 2004, cuando Maricruz Ribera ganó unas elecciones mediante voto telefónico. La comparsa coronadora fue Los Holgazanes.
Hoy, la Asociación Cruceña de Comparsas Carnavaleras (ACCC) delega a una de sus asociadas la elección de la reina. La escogida debe participar en las entradas precarnavaleras y en el corso. También se le encarga actividades solidarias.
Dos años atrás, la soberana Soledad Arrien aún recorría por las precarnavaleras; pero desde que tuvo una caída, dejó de hacerlo. Con todo, el espíritu de la fiesta sigue en manos femeninas.
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