Uno de los elementos más originales del Carnaval cruceño son las controvertidas casas de espera, hoy lamentablemente en camino de su pronta desaparición. Estos festivos lugares no son otra cosa que casas de vecinos preparadas para recibir, durante los tres días de Carnaval, a las comparsas carnavaleras y hacerlas participar de un jolgorio casi lindante con el libertinaje total.
Para tal propósito, los dueños de casa se preparan con suficiente anticipación, acomodando las habitaciones más amplias y habilitando patios y canchones para que allí bailen y se diviertan los centenares de carnavaleros que llegarán para dar rienda suelta a su desenfreno.
Las casas se decoran con globos y serpentinas; se instalan mesones para la venta de empanadas, panchitos, asaditos y otro tipo de alimentos ligeros. Se alquilan grandes conservadores para tener abundante cerveza helada y otras bebidas espirituosas; se construyen urinarios y se habilitan todos los baños existentes, se acomodan sillas alrededor de lo que será la pista de baile y, lo que es más importante, se recluta a mujeres, preferentemente alegres y desprejuiciadas, para que bailen con los comparseros, procurando que estos se queden en el lugar el mayor tiempo, de modo que hagan el mayor consumo posible.
Las mujeres en su mayoría son jovenzuelas poco atractivas, aunque de cuando en cuando se encuentra muchachonas bien parecidas. En general predominan las feas, las gordas, las escuálidas y hasta las viejas desdentadas.
Las comparsas ingresan a las casas de espera siempre con su banda por delante, ocasionando un barullo ensordecedor, pues por lo general en ese instante, la banda de otra comparsa está amenizando el ambiente y la superposición de ambas genera un estruendo indescriptible. Los carnavaleros recién llegados se desparraman en el local, algunos arrimándose a los mesones para renovar sus provisiones, otros pasan aceleradamente a los urinarios a desaguar un poco.
La mayor parte llega directamente a ‘prenderse’ de las jovenzuelas más simpaticonas, los más matreros se acomodan en las sillas al acecho de alguna bailadora particularmente atractiva; y el resto se abraza con los amigos de otras comparsas y mientras brindan husmean el ambiente en busca de alguna buena presa.
Cuando la banda toca ‘la retirada’, la comparsa abandona la casa de espera y continúa el recorrido de acuerdo con un itinerario previamente programado por los más duchos en la materia, visitando las casas de la plaza del Cementerio, la de las Smither, en la plaza Callejas, la de la Asociación de Músicos Santa Cecilia, la de Juan Araúz, en la calle Ballivián, las casas de la zona del Avión Pirata, las del Arenal, para rematar, casi siempre, en la casa de espera de Michi Antelo, en la calle Celso Castedo, concluyendo así, bien entrada la noche, una agotadora y azarosa jornada, nunca exenta de aventuras de toda naturaleza.
BANDO DE LOS TAURAS 2012
CARNAVAL... Cómo has cambiado
Carnaval, cómo has cambiado, desde los años sesenta,
medio siglo de progreso,
de vértigo y de locura,
transformaron para siempre
nuestros viejos carnavales,
arrancándoles su encanto,
su picardía y bravura.
Se nos fueron con nostalgia
los carnavales de antaño,
cuando los Tauras de entonces
derrochaban su alegría,
engalanando la fiesta,
adueñándose del Corso,
con batones rojo y negro
y carros de fantasía.
Aquellos que por la pinta
imponían su presencia,
acompañando a la Reina
en su desfile triunfal,
mientras su mítica banda
entonaba los compases,
de su inmortal taquirari,
emblema del Carnaval.
Hoy solo quedan recuerdos
de andanzas y mojazones,
por las calles arenosas
y los anchos corredores.
se acabaron los combates
en charcos y en barriales,
ya no se juega con agua
en pozas y en curichales.
Se acabaron los tres días de romances callejeros,
de trifulca entre comparsas
con algunos mallugados,
de aguantar a algún amigo
en toda su borrachera,
o esperar al compañero
rezagado en una espera.
Como olvidar a los Tauras
por calles y por plazuelas,
trenzaos en el ‘yo te estimo’
con todingas las comparsas,
o bailando entusiasmados
con algunas muchachuelas,
sin olvidar la consigna
de rematar en la plaza.
Y si la banda entonaba
su glorioso taquirari,
los Tauras se solazaban
con orgullo y con pasión,
repitiendo las estrofas
de su autor, Gilberto Rojas,
que les puso para siempre:
“Tauras de gran corazón”.
Y después a recorrerse
todas las casas de espera,
empezando en La Calleja
o en la Plaza del Cementerio,
siguiendo al Santa Cecilia
pa’ terminar la carrera,
en plena Celso Castedo
o atrás del Avión Pirata.
Eran casas libertinas,
con mujeres alegronas,
recibiendo a las comparsas,
en sus patios y canchones.
Eran tremendos jolgorios,
donde tronaban mil bandas,
con sillas pa’ los mirones
y cunumis a montones.
Y en medio del desenfreno
todos los Tauras buscaban,
apurar un apechugue
con alguna peladota,
disfrutando hasta el hartazgo
lo poco que les tocaba,
hasta escuchar que la banda
tocaba ‘la retirada’.
Y después los más ‘jugados’,
los Tauras de pura cepa,
a seguir con la sandunga,
en el bello Caballito,
a develar los misterios
detrás de cada capucha,
o a descubrir por su estampa
a su alegre mascarita.
Once noches de lujuria,
de jolgorio incomparable,
de asedios y de amoríos,
de lamento y decepciones,
de mascaritas hermosas
chiveando con los Tauras,
de Tauras enamorados
saboreando emociones.
Sentir su blusa mojada,
su corazón palpitante,
mirar sus ojos profundos,
más allá del antifaz.
percibir su boca ardiente,
imaginar su belleza.
Conquistas inesperadas,
amores de Carnaval.
Ya se fueron muchos Tauras
de linaje y pelo en pecho,
de mujeres por docenas,
de espíritu buricero.
Aquellos que construyeron
con amistad y cariño,
la comparsa más mentada
de este pueblo bullanguero.
Nos recordamos de todos
con afecto y mucha honra,
y por ellos entregamos
este bando de amistad,
reafirmando el abolengo
y el orgullo de familia,
y ofreciendo a la comparsa
nuestra firme lealtad.
Hoy evocamos a Carlos,
nuestro eterno presidente,
a los hermanos Urenda,
al inmortal Panteonero,
al poeta don Enrique
y al audaz Roque Landívar,
que dio el nombre a la comparsa en el minuto certero.
Como olvidarse de Jerjes,
de Joaquín, de Placidito,
de los hermanos Soruco
y del propio General,
del ameno Percy Antelo,
del escritor don Hernando,
y de tantos que se fueron,
todos de estirpe oriental.
Y el recambio se fue dando
con nuevas generaciones,
que entusiastas nos sumamos
a la hermosa travesía,
remplazando con orgullo
a tan ilustres barones,
comprometiendo valores
hasta el fin de nuestros días.
Herencia que atesoramos
con Lucho Leigue adelante,
abriendo, con paso firme,
el Corso de Carnaval,
y cerrando, a toda orquesta,
las fiestas carnestolendas,
con el baile de los Tauras,
en nuestro Club Social.
Santa Cruz cómo has cambiado, desde los años sesenta,
solo nos queda el recuerdo
de aquel pueblo tan sencillo.
Enlosetaron tus calles
y tumbaron tus taperas,
y se vino la avalancha
pa’ encerrarnos con anillos.
Y al son de las nuevas gentes,
el Carnaval fue cambiando,
tus calles se atiborraron
con un gentío infernal,
y al ritmo de musicones,
en garajes y en tarimas,
se fue perdiendo la esencia
de aquel viejo Carnaval.
Rondas de rojo y de negro,
girando a los cuatro vientos,
rondas de negro y de rojo,
sin principio ni final,
rondas de noches intensas,
de carnaval y comparsa,
rondas que son siempre
nuestras y que nunca morirán.
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